30 de marzo de 2016

Era de la depresión. Un ensayo sobre el miedo


Los medios hablaban hace unos días de “generación enferma”. Debido a la llamada "crisis" económica, que no es más que otra vuelta de tuerca en las relaciones de producción capitalistas, los jóvenes españoles están condenados al paro o a la precariedad. Como consecuencia, no pueden hacerse con el control de sus vidas y viven en una adolescencia permanente.

Por otro lado, el INE publica el récord histórico de suicidios en España: diez diarios durante el año 2014. Destaca la franja de edad que ronda los 50 años, que ya no espera tener actividad laboral ni fuente de ingresos.

La ansiedad, el miedo, el nihilismo y la depresión están vinculados a nuestra zona de confort. Ya sea porque esa zona de confort se desmorona (ruptura sentimental, certezas que se desvanecen, inestabilidad emocional...) o porque algo externo te obliga a salir de ella de una manera que no contemplabas (bancarrota económica, muerte o trauma emocional que afecta a alguien cercano....)

Hasta hace unos años, aceptábamos la idea optimista de progreso social según la cual la generación siguiente viviría siempre un poco mejor que la de sus padres. Por primera vez, los jóvenes que han vivido con sobreprotección familiar en el hogar y han disfrutado de las bondades de la clase media se ven abocados a salir de la zona de confort y vivir en la incertidumbre del contrato precario. Es imposible la estabilidad económica y la planificación familiar. Y romper el cascarón no es la consecuencia lógica de la juventud ni de las ganas de emprender un camino propio sino que ha sido una fuerza externa la que ha roto ese cascarón antes de tiempo.

De la misma manera, las personas que han quedado sin empleo tras una vida económicamente estable y aún no tienen edad para jubilarse, han visto derrumbarse su zona de confort.

La zona de confort no es algo malo. Lo conforma tu entorno más cercano, tu familia y amigos, tus habilidades, tu forma de vivir el placer... en general, todo con lo que te has montado tu existencia y que te hace sentir bien. El peligro es la comodidad y la mentalidad que te puede traer. Cuando sientes nervios y presión y tienes ganas de abandonar lo que estás haciendo porque no te ves capaz, estás en el límite de tu zona de confort. Sin arriesgarte a atravesar el límite no tomarás las riendas. A partir de ahí, vives en negativo y no puedes saber si seguir era lo que realmente querías. No vas a adquirir nuevas habilidades, ni a aprender a controlar el miedo, ni vas a conocer cómo reaccionas en situaciones de presión, para poder mejorar tu actitud.

Para comprender cómo es nuestro miedo o nuestra autodestrucción tenemos que plantearnos la manera en que funcionamos. Somos seres racionales. Esto significa que nos construimos a nosotros mismos. Aquí distingo dos tipos de pensamientos. El que realizamos para cambiar algo y el que realizamos para posicionarnos en la realidad. El primero es una llamada a la acción, el segundo es una llamada a la excusa, a la justificación por lo que no hacemos. Este es el que nos interesa aquí, porque es el que moldea la emoción que después vamos a utilizar para nuestra relación con los demás. Este ciclo "pensamiento positivo / pensamiento negativo > emoción > utilización de la emoción" es nuestra locomotora. La manera en que percibimos e interpretamos condiciona la emoción que se va a hacer fuerte en nosotros, y también el tercer paso: la utilización de nuestra emoción para luchar o para evitar esa realidad que percibimos.

El miedo

La libertad es la base de la vida humana. Pero la libertad precisa de dos factores: primero, tener conocimiento y, después, voluntad de ejercer una de esas opciones que ya conoces. Si no tienes capacidad de elección o tu voluntad está anulada estás a merced del miedo. Tener miedo es lo contrario a vivir. Si eliges y tomas las riendas, te responsabilizas de lo que has elegido y puedes vivir plenamente.

El miedo no tiene contenido concreto: ocupa el espacio que no ocupa tu voluntad. Así, cuantas menos cosas hagas, más miedos vas a tener. Si lo siguiente en tu vida es hablar en público, el miedo hará fuertes todos los pensamientos que se te pasen por la cabeza para que temas una mala exposición, quedarte en blanco o hacer el ridículo más espantoso que se te ocurra... El miedo a hablar en público no se cura con pastillas ni con otros pensamientos. El miedo a hablar en público se cura hablando en público. El miedo a hablar con ella se cura hablando con ella. El miedo a pasar esa puerta se cura pasándola. Solo entonces te das cuenta de que el miedo potenciaba todos tus pensamientos destructivos, alimentaba el drama sobre lo que te ocurre y lo que te ocurrirá, te llevaba a la interpretación distorsionada de lo que te rodea y planteaba la necesidad de juicio de todo lo que haces. Enfrentar al miedo no es entrar en su dialéctica. Cualquiera que haya sentido miedo a algo sabe que, a un pensamiento basado en el miedo, le sigue otro. Que no vale de nada un pensamiento que ponga en evidencia un miedo mientras no hayas ocupado el espacio de tu voluntad y hayas pasado a actuar. Porque pronto saldrá otro pensamiento negativo con el mismo fin: que renuncies a intentarlo. El miedo es la negación a un avance para volver a tu zona de confort. ¿Cómo se pierde el miedo a hacer algo? Desenmascarando el miedo (conocimiento) y haciéndolo (voluntad). Y olvídate de si lo harás bien o mal. Solo está mal lo que evitas hacer por miedo.

Dicho de otra manera, el juicio sobre si algo está bien hecho o mal hecho responde a la necesidad de orgullo o de evitación. Las emociones buscan volver al espacio de confort o salir de un espacio que no nos gusta. Así dirigen nuestros pensamientos.

Conviene recordar que el orden social no tiene como prioridad acabar con el miedo. Precisamente porque, si tenemos miedo, reproducimos las ideas que han levantado ese mismo orden social. Sin voluntad propia es imposible el cuestionamiento de ningún orden.

Nihilismo, muerte o injusticia como excusas

Para quien tiene anulada la voluntad, es toda una tentación utilizar afirmaciones como las basadas en el nihilismo, el miedo a la muerte, la idea de que el mal es inherente al ser humano o la idea de que todo está perdido, para justificar su inacción.

El nihilismo es la ausencia de fe en nada y la incapacidad de dar un valor distinto a unas cosas sobre otras. Creció sobre el vacío que dejó la muerte de Dios en la sociedad cristiana. Al acabar los grandes absolutos y las apacibles certezas, nos encontramos en un universo indiferente donde el bien y el mal dependen de nosotros. De hecho, todo pasa a depender de nosotros. Y, ciertamente, tener esa conciencia de nuestra libertad absoluta, de que cada uno edifica su historia sobre el vacío, es mucho peso.

Ahora bien, si aceptamos que ninguna cosa vale más que otra para llevar nuestras emociones al sufrimiento, estamos utilizando la afirmación para un fin, estamos instrumentalizando al nihilismo, convirtiéndolo en una excusa. 

Imagino la visita al psicólogo. - Es que no puedo dejar de pensar que todos vamos a morir, que nada tiene sentido. - Sí, pero piensa que la vida tiene cosas buenas... - Es que me da igual lo que me diga, ¿no se da cuenta? Nada importa...!!

Podíamos haber elegido otra opción: vamos a morir y aquí no ha pasado nada. No hay un juicio final, podemos tirarnos toda la vida haciendo lo que nos gusta, cometiendo todo tipo de excesos y riéndonos de todos los demonios que no eran reales... Somos dueños de la emoción que ponemos sobre la oscuridad que hay en la existencia. Del grado que utilizamos y el fin con el que lo hacemos.

Y no es cierto que todo dé igual: sabemos que, cuanto más luchamos, más capacidad tenemos. Que no es lo mismo tener poco que tener mucho. Como decía Einstein, “si todo te da igual, es que estás haciendo mal la suma”. Por ejemplo, la evolución social nos ha dotado de más solidaridad y más empatía, a pesar de los dramas producidos por los sistemas económicos, que tienen su dinámica al margen de las decisiones de los seres humanos. Pensar que todo da igual es un pensamiento distorsionado por el miedo. Y el fin es, una vez más, no aceptar la responsabilidad que percibimos para mejorar y colaborar con nuestra sociedad, nuestra especie y la vida en general.

Ninguno de estos problemas ocurrirían si viviéramos en soledad. Lo que ocurre es que, al interactuar con los demás, percibimos presión acerca de lo que la sociedad espera y también percibimos la necesidad de asumir responsabilidades. El nihilismo, la muerte o la imposibilidad de tener ninguna certeza sobre lo que va a ocurrir dentro de diez segundos, dos meses o tres años, no tienen nada que ver con tu sufrimiento cuando lo estás utilizando para evitar asumir responsabilidades. La inacción es el estado infantil de dependencia. 

La vida es un regalo que nos obliga a ser valientes. Para ello debemos desenmascarar al miedo y eliminar la estupidez de los juicios y de los dramas utilizados para la inacción.

Ansiedad y autodestrucción

La ansiedad es una herramienta que nuestra biología nos ofrece para resolver mejor las situaciones de riesgo. Pero nuestro organismo no distingue entre los distintos riesgos. Si vemos un tigre que se acerca hacia nosotros, nuestro organismo activa todos los resortes para reaccionar lo más rápidamente posible y conseguir aumentar las probabilidades de salvación. Ahora bien, también desata nuestra ansiedad cuando el peligro consiste en salir de la zona de confort. Y ya hemos visto que, a veces, de la zona de confort nos echan y, otras veces, nuestra zona de confort se desmorona. Nos guste o no, tenemos que dar una respuesta. Y nuestro organismo, en estos casos, no ayuda mucho porque desata la ansiedad cuando nuestra mente, con toda probabilidad, anda enzarzada en las excusas y pretextos para no hacer nada. El resultado es el pensamiento autodestructivo.

El pensamiento autodestructivo responde a la necesidad primaria de huida. Es un rechazo a la realidad y consiste en atacar a la realidad misma. Sin embargo, como sujetos, solo percibimos "una" realidad. En esos momentos uno no es consciente de que lo que quiere no es destruir su vida sino su vida tal y como la tiene en ese momento.

El contenido del pensamiento autodestructivo depende de la complejidad de nuestros pensamientos y de la envergadura del cambio que se nos avecina. Lo bueno del pensamiento autodestructivo es que señala exactamente lo que quieres porque será eso lo que atacará. Ocurre exactamente igual que con la utilización del nihilismo o del drama: es una reacción dirigida en contra de lo que estás construyendo. No tiene valor por sí misma.

Si estás vivo quiere decir que tienes un espacio que ocupar, aunque requiera de un esfuerzo. Si no lo haces, ese espacio lo ocupará tu propio miedo o la reproducción de lo que percibes que la sociedad espera que hay que hacer, pensar, creer o decir. Y no tener tu propia actitud ante las distintas circunstancias es la peor forma de estar muerto. El miedo y la ansiedad no son nuestros enemigos. Debemos convivir con ellos. Cada vez que subimos un nivel, que aceptamos una responsabilidad, experimentamos una sensación de presión, comprendemos que se nos va a exigir más. No debemos temerlo sino contemplarlo, escuchar su mensaje y apreciarlo como parte de la existencia.

Esta reflexión pretende ser una invitación a ponerse manos a la obra...







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